Autoexculpación… y queja (o viceversa)

En este país de la atoexculpación universal, desde el rey hasta el último bebé en nacer, donde nadie es culpable no sólo hasta que no se demuestre lo contrario, sino bastante después, y algunos de por vida, leía hace unos días este titular:
Las prisas de la lectura me hicieron quedarme en «autoexculparse». Ese «de todo» suaviza aún más la entrada, pues pocos profesores conozco que se quejen «de todo». Por eso recomiendo la lectura tranquila de esta entrevista, que da para mucho.
El autor de la frase en Juanjo Muñoz, profesor, director del IEDA, filósofo, artista, a quien conozco, respeto y bien podríamos llamarnos amigos si no fuera porque casi siempre que nos hemos visto estábamos… trabajando. 🙂 y ya se sabe que la amistad requiere de tiempo y de cultivo. Aún así, es persona que considero cercana, con amigos comunes, a quien leo cuando puedo y con quien he intercambiado – e intercambiaré- opiniones sobre esto de la Educación.
Dicho lo anterior comprenderán que replicar a este frase me resulte a la vez difícil e imprescindible, así que, en lugar de recurrir a argumentos, gramáticas y tecnicismos, que no son lo mío, recurriré a algo tan difícil de medir como lo que sentí o imaginé al leer aquella frase:
Cuando la leí sentí que, yo, como profesor, tenía razones, quejas… y culpas.
Y me vi, no me pregunten por qué, como un esclavo en una plantación, educativa por supuesto: podía quejarme, podía cantar un blues, pero no podía renunciar a la culpa por lo que me pasaba. Y ya saben lo que pasa con los esclavos: me rebelé ante esa imagen.

¿Qué exagerado, no? yo, un esclavo… si yo lo dejo cuando quiera, si me puedo ir a cualquier centro educativo, si el horario, si las vacaciones, si el sueldo,… si hay quien está peor…

Y quien está mejor. Madurando este post ví un video sobre la vida de los eurodiputados, donde el entrevistado se autoexculpaba por sus privilegios diciendo «no, si yo votaría en contra de todo esto ( coche oficial, dietas, dos días de trabajo semanales, cargos de confianza a sueldo…) si el resto de los europarlamentarios hiciesen lo mismo».

Luego, escucho al exministro Miguel Sebastián autoexculparse por usar coche oficial «Es por la escolta…»

Y podría seguir con otras exculpaciones, fiscales, inmobiliarias, legales, políticas, y hasta religiosas, porque, como ya decía al comienzo , aquí todo el mundo se autoexculpa, 
Y entonces, ¿por qué los docentes no podemos hacerlo?
Analicemos:
1. «El profesor». El «profesor» es en su mayoría «profesora», y es tan distinto uno a otro como tipos y tamaños de hojas crecen en los árboles: hay jóvenes, viejos, altos, bajos, pacientes, impacientes, cansados, incansables, callados, incallables, públicos, privados, concertados y hasta elegidos por el obispado. No sé el profesorado seleccionado para el IEDA como será ahora, pero por los que he conocido, tampoco les veo la igualdad por ninguna parte.
2. «Tiene razones». Pues sí, razones nos sobran en la enseñanza, propias y ajenas, para esto y para aquello, y hasta para lo contrario de lo que se hizo ayer o mañana, basta con ponerlas en una ley, en un reglamento o en una circular, y ya tenemos la razón para esto o aquello. Como se decía en algún sitio, «nos sobran las razones», aunque algunas de ellas sean sinrazones.
3. «Quejarse». Expresar dolor o pena. A los docentes nos duelen muchas cosas: la desigualdad, la injusticia, la arbitrariedad, el cambio sin sentido, el abuso, el abandono, el deterioro constante de nuestras condiciones de trabajo, y de respeto, el cansancio. Centros distintos, centros privilegiados, distintas asignaturas, distinto alumnado, distintos medios, de primera, de segunda y de tercera. ¿Podemos elegir? eso nos dicen, pero con las cartas marcadas, con los concursos limitados, con los presupuestos a discreción, con los cargos según par qué. Y nos quejamos. A veces en casa, a veces en voz baja, a veces en los pasillos, a veces en un blog.
4. «Autoexculparse». La culpa, la maldita culpa. En este país se habla mucho de culpa y muy poco de responsabilidad. La culpa es palabra que se aplica a los delitos y a los pecados, la responsabilidad al trabajo, pero en esta Educación todo se llena de culpas, de penas, de «partes de faltas» y nada de responsabilidad. Al estudiante se le enseña a autoexcusarse desde infantil, al docente desde el primer día. Porque claro, en este país no hay responsables de nada, ni de edificios mal hechos, ni de mobiliario insuficiente, de mala luz y ventilación, de horarios incomprensibles, de leyes cambiantes y absurdas, de personal mal preparado, de diferencias sangrantes, de directivas ineficaces…
Y es que al parecer los docentes debemos ser unos trabajadores especiales, vocacionales, elegidos, que no pueden autoexculparse de todas las locuras que nos hacen vivir cada ley, cada circular, cada disposición, cada invento nuevo pedagógico o no, cada prebenda concedida a unos pocos, cada desigualdad educativa tolerada o permitida, cada condición de trabajo excedida de los límites razonables, no podemos autoexculparnos, no.
Pues bien, yo, asumiendo mi responsabilidad de lo que puedo manejar, ese horario de 20 horas lectivas con veintitantos alumnos en aulas de 50 metros cuadrados con currículos del siglo diecinueve sometidos a reglamentos de regimen interno, exámenes y reválidas, intentando enseñar algo a un alumno que no sabe qué hará en este país y que me pide el lápiz o el papel, cuando lo pide, si le propongo hacer algo en clase…
Yo me autoexculpo.
Y me quejo.
Y que la historia me juzgue.

Que nos juzgue a todos por esta educación que estamos creando, día a día, ley a ley, papel a papel, estupidez a estupidez.

Published in: on 29 octubre 2013 at 4:42 pm  Comments (1)  

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One Comment

  1. Corregido algo el post escrito apresuradamente.

    Me hubiese gustado haber pìntado algo, haber creado una canción flamenca o un blues, pero sólo he sabido escribir esto.

    Me excuso por ello.


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