Yo no sé la historia del tal Cho, que causó la matanza de Virginia, ni quizás él merezca que la sepamos, pero permitan imaginarme cosas: seguramente no había matado antes a nadie, pero puedo creer que sí había disparado miles de veces, desde su consola o su ordenador, abatiendo víctimas de videojuegos, adquiriendo la habilidad de disparar y abatir personas.
Seguramente había visto en la tele miles de muertos en los noticiarios, seguramente vio otros personajes, terroristas o militares, armados hasta los dientes y en actitud agresiva, como aparece él mismo en las imágenes que las televisiones y periódicos nos han mostrado, volviendo quizás a alimentar los pensamientos que otro chico estará teniendo seguramente ahora.
Nos dirán que es por el control de armas, que basta con detectores de metales, profesionales de la seguridad, guardaespaldas. Yo les digo que no. Se trata de educación, de distinguir entre realidad y fantasía, entre imagen y vida.
Déjenme que crea que Cho no estaba viendo personas morir, estaba viviendo su propio videojuego, como seguramente harán los muchachos americanos que luchan en Irak, o los pilotos de los bombarderos. Déjenme pensar que pasó muchas horas sólo, sin relacionarse con la realidad de otras personas. Porque si no, ¿cómo explicarse esa frialdad?
Magritte nos decía esto de una imagen: la imagen nos traiciona. Hoy, a los profesores no nos dejan enseñar cómo funcionan, cómo traicionan las imágenes, eso no interesa, ¿de qué otro modo podrían engañarnos, vendernos, controlarnos, aislarnos, alienarnos?