Hoy -y creo que mañana también- se celebra el día mundial de los Museos.
Por lo que yo recuerdo, Museo es, parafraseando a Maurice Sendak, recientemente fallecido, el lugar «donde habitan las musas». Y las musas eran diosas que inspiraban… la Música.
Aunque luego los griegos parece ser que vieron que se quedaron cortos, y fueron añadiendo más y más musas, para la Poesía, para la tragedia, para la Comedia, para la Danza y hasta para la Historia, la «poesía didáctica» o la Astronomía. La genealogía de las musas y su número es algo complejo y no me detendré en ello, pues de lo que yo quiero escribir es de los museos.
Lo cierto es que los museos han proliferado ya más incluso que las musas y hay museos sobre todo y para todo, del jamón, de la mar, de la Ciencia, del comercio, de personas concretas, famosas o no. Hoy, todo, inspire o no, es susceptible de ser convertido en museo. (Aunque yo, por cierta deformación profesional, me centraré sobre todo en los museos «de Arte», sea este el antiguo, el moderno, o el «contemporáneo», aunque creo que muchas de mis preguntas y reflexiones bien podrían servir para otros museos).
En algunos casos, y muchos en los últimos años, los museos se crean de la nada, en torno a singulares edificios que constituyen en sí mismos «el Museo». Lo de menos es a veces el contenido, sino el continente, que si es grande, vistoso y de nombre críptico, extranjero o acrónimo será aún más visitado, publicitado y halagado en los medios.
Otras veces, los edificios que ya tenían o tuvieron un uso, como palacios, estadios, o jardines, con una función propia, y pienso ahora en la Alhambra, aunque hay cientos de ellos, piensen, se reconvierten en museos, museos de sí mismos, visitables, y por supuesto, cobrables.
¿Habitan ya estos lugares, los museos, las musas?
He conocido muchos museos. Y visitado lugares inspiradores, como la Alhambra, antes de que fueran «Museo». Los suelo visitar cuando viajo, en aquellas ciudades o lugares adonde voy, normalmente con una libretilla en la mano y un lápiz o rotulador, y dibujo lo que veo allí, lo que me llama la atención, lo que me inspira, no sigo las rutas, avanzo y retrocedo, hago una visita rápida y luego regreso a lo que me conmovió. Y me paro allí, ajeno a la cola de gente que se empuja, que habla, que se acerca y dice mirar, pero normalmente no ve. A veces miro de reojo a los niños, que llegan nuevos y se paran y se fijan y, como yo, no siguen las normas que unos estirados guardias se empeñan en recordar.
Ahora la moda es llevar un aparato en la oreja. Es curioso, no te dejan usar el móvil, pero todos circulan allí en fila, con un móvil que oyes sin querer, que no te deja mirar, que les cuenta una historia de números, de fechas, de anécdotas y estilos.
Y me temo que las musas no suelen ya habitar los museos. Se suelen esconder ante las multitudes. A lo mejor, los días que viene poca gente, conversan al oído de los niños o rozan con sus túnicas alguna escultura móvil o algún cuadro, o iluminan con un rayo de sol algún color oculto o una pincelada.
¿Inspiran nuevas obras, expanden cultura, crean inquietudes los museos?
Unos sí, otros muy poco. Y claro, depende también del nivel cultural y de inquietudes de quien los visita. La mayoría lo que suelen inspirar son compras, recuerdos, «merchandising», camisetas, libros y postales que acabarán en algún rincón de nuestras casas.
Y además, no suele haber lugar en los museos para crear, y si lo hay está muy alejado de lo visible, como un lugar aparte. Y es que crear, según parece, más bien turba el «natural» recorrer de las visitas.
Hay sin embargo, todo hay que decirlo, en algunos museos -pocos, cada vez más pocos- espléndidos gabinetes pedagógicos, aunque por desgracia, en mi opinión, más orientados a esa segregación educación/vida/arte, o enfocados, no a la creación/inspiración de artistas, sino a la divulgación y «domesticación» de futuros consumidores culturales, y que además, es la crisis, están en «franco» retroceso, o decididamente se dirigen a ser «de pago» por ese servicio de… guardería cultural.
¿Son pues los museos lugares vivos, creativos y populares, o más bien «cementerios» o «templos» del arte, secuestrado, a veces hasta robado, comerciado y enmarcado para su consumo de masas?
Es imposible usar la misma respuesta para todos los museos. Y sin embargo, en mi opinión, y por desgracia, es el segundo modelo el que se está imponiendo y defendiendo: museos recaudatorios, masificados, «privados» y de pago, aunque hayan sido costeados con dinero público, y permanentemente vigilados, y limitados.
La gran tienda es hoy el fin último de cualquier museo que se precie. Allí acaban todas las visitas.
Los cuadros y otras obras se hacinan entre pasillos de hileras de gente que está allí dos segundos, los justos para pasar al cuadro u obra siguiente, lugares donde se impide hablar, acercarse y por supuesto tocar, pero menos aún reproducirlos y hasta está mal visto el pararse ante ellos demasiado tiempo, o mirarlos de lado, boca abajo o en una perspectiva distinta.
Por no hablar también de aquellas dos terceras partes de obras que suele haber ocultas, como en los icebergs, permaneciendo invisibles en los sótanos a la espera de que la moda, algún restaurador extranjero, o la casualidad permitan mostrarlos en alguna sala algún día.
¿Tienen futuro los museos?
No lo sé. Yo seguiré visitándolos, si puedo y me dejan, porque es cierto que pocas cosas hay más emocionantes que contemplar una obra original, revisarla, intentar pensar como el autor o autora , revisar su trazos, su historia, o su época, e intentar seguir inspirándose y aprendiendo en ellos.
Sin embargo, no dejaré de pensar en que hay algo de lúgubre y triste en esa exposición de obras alejadas de su lugar original, rígidas y ancladas a las paredes como lápidas, apartadas de la luz solar y de las manos, ojos y voces de los niños, descritas con su fecha, título y técnica y una sucinta mención en el catálogo.
Porque lo cierto es que a mi me gustan otro tipo de museos, más cercanos, que esperan el momento en que algún niño los visite y sonría ante sus obras, corra o se asuste asombrado, para luego, en casa, intentar dibujarlas en su cuaderno… o en la pared.
Hay pocos museos de estos, pequeños, cercanos, tranquilos, y están en peligro, pero los hay, y se merecen un post aparte. Y en ello estoy, pero les daré una pista: