Hace ya dos meses publicaba yo aquí un post sin texto,
Obama – «Yes, we can»
Esta tarde, cuando estaba frente a la tele esperando el momento, mi hija me pidió ver «La Bella y la Bestia», por supuesto en su versión Disney.
No dejan de ser extraños y mágicos los caprichos del deseo infantil, que encadenan y subordinan, sin saberlo, historias tan diversas, aparentemente, como la proclamación de un emperador moderno y nuevo, y una antigua historia de amor y desamor, de belleza y de fealdad, de magia y realidad, de tristeza y de felicidad.
Luego, ya por la noche, escuché los comentarios, fragmentos del discurso, y ese paseo en coche cerrado, hermético. Por suerte, alcancé a verlos salir del coche y pasear abrazados y sonrientes:
Así que llegada la noche, mientras el mundo, exhausto, descansa de Obamas y obamas, me he puesto a darle vueltas:
Por suerte, después usé el buscador y encontré, no hay nada nuevo bajo el sol, quien ya escribió sobre esto: Carlos Cabanillas, desde su bitácora, nos regaló hace cuatro meses su Amabo Obama, repleto de referencias clásicas.
No me atreveré, pues, a añadir nada acerca de palíndromos, conjugaciones y versos de Virgilio, pero sí podré, de nuevo en madrugada, pensar, soñar:
en cambiar la O de odio por la A de amor,
que los cuentos antiguos pueden ser posibles,
que la maldición puede ser vencida por amor,
y que belleza y la bondad están en nuestro interior.
Amabo Obama,
quizás esta noche, en mil lugares del mundo,
en mil acentos y lenguas, entonen conmigo esta frase:
Obama, amabo te, cure filium meum.