Vivo en un país donde la mala educación, la caradura y la picaresca no sólo son toleradas, sino imitadas, aplaudidas, y hasta bien pagadas en las cadenas de televisión.
Anoche, una vez más lo comprobé. Y lo toleré. Hasta cierto punto.
Volvía de Madrid a Las Palmas de Gran Canaria en «nuestra» compañía aérea, Iberia.
La noche anterior reservé mi asiento, el 7A, para así, ya que no facturaba, salir primero, poder coger la guagua (bus) a Las Palmas y evitar que viniesen a buscarme al aeropuerto.
En el momento del embarque, tras esperar en cola, nos pidieron que entrasen primero los pasajeros de las filas 20 al final. Me aparté y dejé pasar. Luego dijeron que pasasen los pasajeros de las filas 9 a la 20. Me volví a apartar. Al final quedábamos muy pocos.
Tras esperar en el finger a esa única puerta y pasillo (¿Tienen dos puertas los aviones? pues no: cientos de pasajeros debemos entrar -y salir- en fila india por un estrecho pasillo).
Cuando finalmente entré, casi todos los pasajeros de las filas anteriores a la mía estaban ya sentados. No habían esperado como yo, y cuando llegué a mi asiento, con otra señora, nuestros compartimentos de equipajes estaban ocupados. Allí me faltó viveza: 400 km de autobús, la espera en Barajas, la fila de gente en el avión detrás de mí… no supe qué hacer.
La azafata nos dijo que debíamos viajar con el equipaje a nuestros pies. Yo me negué. Finalmente, diez filas más atrás, la azafata encontró un hueco para mi maleta. Allí la puse, y esperé a que más gente pasase para volver a mi asiento. Llamé a mi casa para decir que viniesen a buscarme, que posiblemente, entre eso, y el retraso de 15 minutos que ya acumulaba el vuelo, no cogería aquella guagua. Pasé el vuelo molesto y callado, mientras veía a la señora que ocupaba una asiento en mi fila viajar con sus pies descalzos sobre su maleta.
Cuando el vuelo llegó, salieron los pasajeros de las filas delanteras, salieron también los de mi fila, y yo quedé esperando a ir atrás a recoger mi maleta.
Llegó un señor de unos 30 años, abrió mi compartimento de equipajes y cogió su maleta. Le dije: «¡Vaya, es usted el maleducado que ha puesto la maleta en mi sitio… gracias a usted yo esperaré para sacar la mía!!» Apenas dijo nada, y salió arrastrando su maleta y quizás sonriéndose. Llegó otro señor aún más mayor, e hizo lo mismo. Le repetí más o menos lo mismo y aludí a su falta de educación y caradura. Le acompañaban una mujer y unos niños. El no sonrió. Calló y salió.
Esperé a que saliera más gente, hasta que me desesperé y, sorteando a la gente que salía, retrocedí, cogí mi maleta, y al pasar junto a la azafata le dije: «¡Nunca más haré caso de sus instrucciones de embarque, como los cincuenta pasajeros sentados delante de mí!» me contestó: «pero si no actúan así, el embarque sería…» «sí… un caos, como ahora», pensé, pero no le contesté eso, miré atrás y le dije: «bueno… no quiero perjudicar a los pasajeros que están esperando», y salí.
Así que, en próximos viajes, haciendo un esfuerzo, desarrollaré toda mi mala educación y caradura posibles, pasaré al avión lo antes que pueda, y si encuentro mi compartimento de equipajes ocupado por equipaje que no sea de mi fila, lo pondré en el pasillo, y pondré allí el mío, y si eso no es posible, llegado el momento del desembarque, sacaré ese equipaje ajeno y me sentaré encima para que sus dueños me acompañen hasta que yo consiga el mío.
Porque en un país donde los maleducados obtienen ventajas no queda otro remedio que actuar igual.
Y sigo pensando en aquella señora, que tras viajar 2000 km con sus pies sobre la maleta, salió silenciosa y callada por el pasillo.
Addenda:
En el viaje de ida, feliz e ilusionado, dibujé a la bailarina Tamara Rojo, a partir de una foto:
En el viaje de vuelta, muy furioso, apenas hablé y volví a dibujarla. Y estos fueron mis dibujos: