[Tercera parte de «Innova, EBE y mareaverde – o de MísTICos, TÍCaros y TICjotes (1)»]
Lo malo de las trilogías es que hay que terminarlas, pero l@s quijotes, o TICjotes educativos, como titulé en el primer post de esta serie, bien merecen su sitio aquí.
He añadido «héroes» al título para que entiendan que, de las tres tipologías que menciono, esta es la que más admiro. Por desgracia, la lengua castellana no cuida en femenino los títulos épicos, así que no usaré ni «Quijotas» ni «heroínas», aún sabiendo que la mayoría aplastante de docentes que en este post aparezcan son mujeres, añadiré la informática «@» a los artículos para hacerlas ver. Espero que así sepan ver el femenino presente en Quijotes y héroes que aquí aparecen.
De los tres estereotipos, el místico, el pícaro y el/la quijote educativo, es este tercero el que más admiro, quizás porque, es mi opinión, en este baile educativo, me ha tocado admirarlo, y alguna vez representarlo, más a menudo.
Recibiendo las sonrisas y benevolencia de místicos y pícaros, l@s quijotes educativos, tras leer y leer y leer, pasar noches enteras, probar mil opciones posibles, deciden ACTUAR, recorren caminos buscando recetas milagrosas, encontrando a otr@s quijotes como ell@s, creando grupos, resolviendo entuertos, siendo capaces de convertir una bandeja en escudo, un pupitre en maqueta, un jardín en un huerto, unas fotos en películas, tímidas palabras en canciones, o una pared gris en un mural.
L@s quijotes educativos son capaces de ver en una alumna, no una princesa, sino una científica, una artista, una escritora, en un compañero escéptico aquel fiel escudero que recogerá sus huesos cuando se caiga, también serán capaces de repartir honores y de compartir sus exiguos bienes: un proyector, su ordenador, su cámara, y hasta la sal de su casa llevarán si sus clases le parecen sosas.
Entusiasmad@s, l@s quijotes educativos emprenderán viajes que nadie quiere hacer, esperarán durante horas a que el místico -casi siempre varón- de turno aparezca con su receta mágica, confiarán en el pícaro que les venderá aquellos cascos rajados e inútiles, esperarán con paciencia ingenua que su caballo Internauta camine más deprisa, o que les abran las puertas de la sala de los vídeos o que le devuelvan aquel favor que les hizo una vez… intentarán razonar con las autoridades el por qué no hacen lo que se hizo siempre, por qué no van en línea recta, el por qué callan… y escuchan, y miran.
Es muy posible que l@s TICjotes educativos vean gigantes donde sólo vemos molinos que dan vueltas y vueltas siempre a lo mismo, es posible que se sienten alegres tomando notas en auditorios llenos, mientras un místico -casi siempre varón- les enseña… algo que ya conocen y poseen: el poder de una sonrisa, lo bueno de compartir e imaginar… para después venderles libros, pan, o tabletas brillantes.
Es posible, sí, todo aquello, pero lo más increíble y admirable para mí no es eso, sino que viendo gigantes, l@s TIC-jotes no se asustan, no se desaniman, creen poder ganarles, y si se caen, se levantan de nuevo, y con el brazo levantado, aseguran volver, con sus mejores armas, con su caballo nuevo, dispuestos a derribar tanta puerta inútil, tanta valla innecesaria.
¿Y hace daño el TICjotismo a la innovación educativa?
Desgraciadamente en este caso, también creo que sí. Si la mísTICa reside sobre todo en universidades y expertos, y la TICaresca en empresas, administraciones y algún/a docente y alumno/a, el TICjotismo afecta al profesorado y alumnado más comprometidos con la innovación.
Su creencia, que a veces ha sido mía, de «solos podemos,… ya nos seguirán», de «conmigo o contra mí», de «son gigantes, y no molinos» pese a su buen fondo, y posiblemente alentada por mísTICos y TÍCaros, creo que sustrae muchas energías y lo que es peor, no consolida resultados innovadores.
Pienso a veces si el final educativo de much@s TICjotes no será triste, y acabarán cansados, o quizás convertidos en místicos y pícaros, repartiéndose los escasos bienes y méritos de otr@s TICjotes. Cierto que de l@s TICjotes quedará también literatura: recursos compartidos, proyectos colaborativos, premios honoríficos y puntuales, usados a veces en sentido diferente y hasta inverso al original.
¿Y cuáles son mis conclusiones?
No soy experto educativo. Mis análisis son a veces visuales e intuitivos. No busquen en mí «estudios de caso», estadísticas, antecedentes históricos, teorías pedagógicas. No las tengo. Alguna vez escribo sobre ello.
Tengo sólo, que no es poco, 22 años de docente en un área machacada y olvidada como es la artística, un par de ojos que aún quieren mirar, dos orejas bien grandes para escuchar, y una sola boca por la que, algunas veces, se me escapan palabras. Como estas.
Sé, es mi opinión, que la educación tal como la conocemos necesita un cambio. Que ese cambio es político y económico, y debe estar relacionado con el tipo de sociedad y economía que queramos construir. La educación, con sus fracasos, sólo refleja eso.
Sé también, es mi opinión, que ninguna de las tres actitudes o estereotipos sobre los que he escrito, por separado, nos llevarán a ningún éxito educativo. Cierto que son buenas la reflexión, el ingenio y la acción, pero lo son cuando van juntas, unidas en un solo proyecto y no en pequeñas tribus o grupitos.
Nunca sabré yo si el siglo de Oro nos trajo estos estereotipos, o si fueron estos estereotipos trabajando juntos los que nos trajeron nuestro siglo de oro, o si fue el dejar de trabajar juntos lo que nos trajo la decadencia y la pobreza de aquel siglo, dejándonos sólo aquella literatura.
Las grandes empresas como la Educación necesitan de todos y de todas: visionarios/as, pensadores/as, ingeniosos/as, financieros/as, pero sobre todo necesitan un mapa, social, económico y educativo, y de ACCIÓN, sobre todo ACCIÓN.
Anexo final:
He eliminado la referencia a la «marea verde» o al «15M» que relacionaba con el quijotismo en el primer post. No conozco lo suficiente ambos movimientos como para alinearlos en este estereotipo, aunque sí veo que el cansancio y la duración de sus movilizaciones va minando una de sus componentes, el humor, lo que las aleja de la visión irónica que nos da el quijotismo. Lo dejo así.
Finalmente, me resulta curioso leer estos días reflexiones que confluyen en este mundo de místicos y pícaros aún vigentes: el viejo «¡Qué inventen ellos!» de Unamuno y su polémica con Ortega y Gasset, el reciente artículo del señor de Prada sobre Ciencia y Fe, y cómo no, Pérez Reverte y su «Okupando a Góngora». Seguimos igual, según parece.